Nacido en una familia romanizada en la provincia de Arabia Pétrea, Filipo demostró, con su ascensión al poder y su aceptación sin disputas, que cualquiera podía hacerse con el mando del imperio. Presidió las celebraciones que conmemoraban el 1000 aniversario de la fundación de Roma. En el año 249 las legiones eligieron a otro emperador. Filipo, preocupado, pidió ayuda al senado. Pero cuando las noticias llegaron a Roma, los senadores no se manifestaron temiendo ser asesinados por el próximo emperador. Sólo Decio se atrevió a pronunciarse, afirmando con desprecio que las mimas inconsistencias que había elevado al nuevo emperador serían las culpables de su caída. Las palabras de Decio se hicieron realidad, lo que sorprendió profundamente a Filipo. Tras la muerte de su rival, Filipo consideró que era una buena idea poner a Decio al frente de las legiones rebeldes. Fue una decisión que lamentaría más adelante. Las legiones, que aún no estaban satisfechas, nombraron a Decio emperador. Decio, que no quería el puesto, supo que sus hombres lo matarían si no aceptaba. El resultado fue el comienzo de una guerra civil en la que Decio derrotó a Filipo. En Roma, la guardia pretoriana asesinó a los hijos y partidarios de Filipo.